Hernán Felipe Errázuriz Nos ha dejado un personaje irrepetible. Coherente con sus principios, en la función pública, en la cátedra, en la polémica y en la vida privada. Promotor del liberalismo y enemigo de la intervención del Estado en la economía, en la educación, en el matrimonio, en los sistemas electorales y en muchos temas sociales. Sus críticas al estatismo las planteó en momentos muy diferentes: durante el socialismo; después, al imponerse la libertad económica, y, más recientemente, cuando el intervencionismo ha resurgido. Sabía que los instintos estatistas no mueren: se adaptan discretamente a las circunstancias. Recordaba que, una vez que los socialistas perdieron sus argumentos, descubrieron que no necesitaban controlar la propiedad, porque podían cumplir sus objetivos mediante regulaciones, y no sólo para las empresas, sino para todas nuestras actividades. Estudioso de la economía y, a la vez, escéptico de la capacidad predictiva de su profesión. Presidente del Banco Central y partidario de suprimirlo y de dolarizar la economía, mucho antes de que la Unión Europea adoptara la moneda única y suprimiera a los bancos centrales nacionales. Valiente frente a la vida y a la muerte. Su formación católica no le impedía rebelarse en contra de algunos eclesiásticos que pretendían interpretar y opinar en forma normativa, apartándose de principios básicos de la economía; sostenía que Jesucristo fue el primer gran liberal de Occidente. Admirador y promotor de la actividad empresarial, no trepidaba en denunciarla, al igual que a los sindicatos y a los partidos políticos, cuando se oponían a la competencia. No le importaba aparecer políticamente incorrecto. Sus lectores reconocían esa valentía y sabían dónde se encontraba él en cada debate público: su posición se conocía, pero su argumentación -y su modo de argumentar- siempre sorprendía. Por algo era de los columnistas más antiguos y leídos de "El Mercurio". No descalificaba a sus adversarios. Austero, muy sociable, buscaba con quién conversar y a quién acoger. Logró vencer la timidez. Y vaya que lo consiguió. Sus múltiples amistades, en los sectores más variados, apreciaron su originalidad, brillo, generosidad y simpatía, al margen de sus tajantes opiniones. Sencillo, transparente, directo, sin misterios, adivinanzas ni reservas mentales. Firme y perseverante en valores y opiniones, a pesar de desenvolverse en ambientes discrepantes. Muy probablemente, haya contribuido decisivamente a esa invariabilidad el ejemplo de sus padres y de su familia, en particular de su mujer, Angélica Calvo. |
domingo, 8 de marzo de 2009
Bardón, liberal sin temores
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario